Deriva
Había perdido la noción del tiempo que llevaba tratando de mantenerse a
flote en esas aguas turbulentas. Tal era la percepción perdida que ya no
recordaba lo que era navegar plácidamente entre un oleaje calmo y la visión de
una orilla que otorgara cierta seguridad. La barca, con la que en un principio
se desplazaba, ya no existía. Dudaba entre creer que se había hundido sin ella,
que solo había sido un sueño o simplemente se había marchado sin tomar en
cuenta su ausencia.
Era una sensación rara... nunca dudó de sus propias fuerzas, y sin
embargo ahora, que tanto las necesitaba, no encontraba un solo rincón del
cuerpo donde hallarlas respondiendo a su pedido. Con el paso del tiempo los músculos
comenzaron a perder vigor y a entumecerse. No quiso convencerse que la fatiga,
el cansancio extremo y las dudas que comenzaban a acosar comenzarían poco a
poco a minar su razón y le impedirían pensar y ver las cosas con cierta claridad.
Se preguntó una y mil veces si hacia una hora, un día o un año que
estaba allí, a la deriva y sin playas a la vista. ¿Alguien sabrá de mi situación
? ¿Vendrán a rescatarme y llegarán a tiempo? ¿Habrán notado que en esa barca ya
no estoy? ¿O simplemente habrán seguido su camino sin mirar atrás?. Esas
preguntas daban vueltas en su interior, pero solo las preguntas, pues nadie en
ese momento podía darle una respuesta definitiva.
Sintió que el oleaje se incrementaba, o en todo caso, que ella era quien
se volvía cada vez más pequeña... no lo tenía muy claro, pero sí sabía
perfectamente que la lucha era absolutamente desigual, desproporcionada, entre
esas ondas gigantes de agua que la arrastraban y agitaban a su merced y su frágil
humanidad perdida en tal inmensidad.
De pronto, como en una revelación, como un envío divino de la
providencia o el destino vio cercano un madero...rustico, simple, descolorido.
Ella lo encontró artesanal, perfecto, casi un navío. Nada tuvo que esforzarse
por alcanzarlo, pues el mismo movimiento en el que estaba envuelta lo aproximó.
En ese instante no hubo lugar para las dudas. Se aferró a él como si fuese el
propio Mesías. Lo abrazó con tanta fuerza como no recordaba haberlo hecho
antes. Lo sintió blando, cálido, contenedor, bautizándolo en ese mismo momento
como su Salvador.
Una vez aferrada a él quiso que las corrientes iniciaran la tarea de
llevarla a una orilla segura. Pero empecinadamente el madero no se movía. No
podía creer que ello sucediese. Si sería quien la rescatase, quien la
mantuviese a salvo y a flote... ¿como demonios permanecía siempre en un mismo
lugar?
Otra vez, las dudas, los temores y la pérdida de noción de su propia
realidad. Estaba allí, entrelazando sus manos para no desprenderse de un
tirante, pero inmóvil, estática e igual que en un principio. Hasta que cayó en
la cuenta que el movimiento, el oleaje y la turbia lucha por mantenerse a flote
era igual para ambos. Entonces, tuvo que decidir si permanecer aferrada e inmóvil
junto a aquel trozo de madera, empeñarse en luchar por arribar a una orilla o
simplemente, aguardar que las olas hiciesen su trabajo.
Marcelo Posada
http://marcelodelacosta.blogspot.com.ar